#insurgenciadelsigloxxi
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¡Sin memoria no hay Victoria!
CLETO Y LA CALLEJERA
En Aragua de Barcelona, frente a la plaza Bolívar, había un centro de higiene y prevención contra enfermedades venéreas, fundamentalmente, que llamaban “la sanidad” y allí nos acostumbramos a ver la cola de putas del burdel “Vaya y vuelva”, de la salida hacia El Chaparro y Zaraza, quienes debían someterse a chequeo semanal, para evitar la propagación de gonorreas y sífilis.
Quienes nunca se sometieron a ese chequeo semanal fueron Cleto y La Callejera. Cleto, administrador del burdel "Vaya y vuelva", era famoso por el tamaño de su pinga. Nadie confesaba haberla visto personalmente, para evitar el calificativo de puta o de marico.
Gavilán, hijo de ricos del pueblo, cuando estaba fastidiado se iba para "Vaya y vuelva" montado en la pick up azul de viajes a la finca familiar, sorprendía las putas desnudas o en pantaletas y se las llevaba como vinieron al mundo hasta el río Güere, para bañarse con todas ellas en las pozas, entre gritos de alborozo y gozo inimaginable.
De uno de esos viajes trajo unas fotos de Cleto sacándose la verga de la bragueta y enseñándola desnuda, del tamaño del machete de un burro o de un caballo. Esas fotos en blanco y negro, circularon de calle en calle y de mano en mano, hasta la desaparición de Cleto, de quién nunca se supo si todavía vivía, si muerto estaba o andaba de parranda.
La Callejera, vivía en diarias borracheras con los campesinos de visita a la bodega y licorería “Las quince letras”, propiedad de los pilareños, ubicada frente a la bodega de Pedro Ángel Vallejo, también de venta de víveres y licor, más que todo caña blanca "El Cocal", para lo que disponía de una ventanita de atención nocturna para alcohólicos, despertándose, parándose del chinchorro y abriendo el portillo de su ventanita de madera. En toda esa esquina del Calvario, en la bodega de Pedro Ángel Vallejo, a su pared frontal, siempre blanca y nunca virgen, la mancillaban nuestras pintas de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional ( FALN), cuando no velaban allí las cuerdas de borrachos y serenateros y había pasado la ronda de la única patrulla de la comandancia de policía.
Así pensábamos llamar la atención de toda nuestra villa, de todos sus visitantes y de todo aquel viajero a quien se le ocurriera pasar por allí.
La Callejera sólo se emborrachaba en "Las quince letras" de los pilareños, por razón de su rockola, de atención exclusivamente diurna y hasta las primeras horas de la noche, alegrando las calles Páez y Anzoátegui con boleros y rancheras.. La Callejera, siempre vestida de cerrado negro luto, escogía sus clientes entre campesinos de alpargata y caribes de guayuco; frente al elegido se alzaba el camisón hasta la cintura, sin pantaletas ofrecía al descubierto su cuca negrita, oculta entre matorrales de oscuros vellos.
Si luego de su día o noche de sexo caliente sus clientes no le pagaban, los tiraba a la calle sin calzoncillos o sin guayuco. En cueros el campesino o el caribe, borracho, dando tumbos en la oscuridad de la noche se iba por detrás de los matorrales de la carretera hasta amanecer en su conuco o en su rancho.
El portillo de madera corroída del rancho de la “callejera” permanecía cerrado hasta el anochecer del día siguiente, en búsqueda de ron, borrachera, despechos al pie de la rockola y clientes en la esquina de “Las Quince letras”.
Juan Medina Figueredo
Valencia, septiembre de 2025
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Cosas veredes Sancho.
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