#insurgenciadelsigloxxi 
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¡Sin memoria no hay Victoria!
La saga de Juan Medina Figueredo, representada por el siguiente escrito, es un proyecto literario fundamental para entender la memoria venezolana del siglo XX. Es la crónica de un hombre que, desde la intimidad de su guarapo de limón, es capaz de abarcar con su mirada la epopeya clásica, la conquista, las dictaduras, las esperanzas revolucionarias y el nacimiento de un nuevo mito político, todo ello tejido con los hilos dorados y ásperos de su propia vida.
Amanecer en Valencia
A esta hora, las siete y treinta de la mañana, en Valencia de Wenesiuela (en Añú), mientras tomaba un guarapo de limón, jengibre y pimienta, preparado por mi esposa María Elizabeth Méndez de Medina (18/10/51), observo entre los edificios vecinos el resplandor de un astro con su anillo luminoso. Parpadeo porque no puedo mirarlo de frente con los ojos muy abiertos, es un pequeño círculo lunar fundido con el sol, al parecer, pero no es un eclipse, con sus rayos entrecierra mis ojos. Con su cruz luminosa disparada en las cuatro direcciones cardinales.
María Elizabeth a mi lado se sienta en un sofá, apacienta y sorbe su bucólica medicina de flor escondida, sábila, colombiana, pimienta. Bucólicas y Geórgicas de Virgilio en la mesita de enfrente, pastores entre prados, majadas, a orillas de bosques y ríos. Augusto es Dios solar extendido desde Roma sobre Palestina Inmortal, sobrevive a Virgilio y lo entierra y contradice su deseo de tirar La Eneida en crepitante pira ignora el nacimiento de otro Dios, que, en Palestina comparte parábolas, sermones, peces y panes entre multitudes de pobres hambrientas de milagros, en espera del Mesías salvador.
Garcilaso, Pushkin, Dante y Bello aman a Virgilio y contrabandean con el Inca Garcilaso de la Vega, el cosaco, el gaucho y el llanero la libertad, la patria, la Ley, la nobleza indígena y mantuana, el limbo, el purgatorio, el infierno y el cielo de Toscana y “América antes española”, el maíz, el cacao, el algodón, la papa. El oro y la plata son saqueados con el disimulo de Cortez y la común avaricia de Pizarro, brillan secuestrados en las arcas europeas e impulsan su revolución industrial. El Dios Augusto renace y se extiende con Carlos V hasta donde se oculta el sol en Abya Yala, con legiones a caballo, armaduras y sotanas, la espada y la cruz de conquistadores y monjes.
¡Es varón! gritó la comadrona María Luisa Flores, frente a los vecinos presentes y expectantes, desde la puerta del bohío de Camarucha, mi abuela paterna Carmen Medina de Torrealba, donde había nacido aquella mañana de llovizna y neblina cerca del cocal y el alambique, mojado el polvo en la calle Carabobo de Aragua de Barcelona un 23 de enero de 1947. Tiempo de Constituyente presidida por Andrés Eloy Blanco. Pronto recorrería esas calles Rómulo Gallegos, en andanzas de candidato presidencial.
En otro extremo de este pueblo, cerca del hospital “Rafael Rangel”, luego me alojaría temporalmente casa de los Goita, sin saber qué hacía allí este niño ni qué ocurría en ese hogar. Frente a los allí aglomerados en el patio de la casa salió por la puerta de atrás la comadrona y gritó satisfecha y contenta “¡Es varón!”. Encendieron y lanzaron al cielo cohetes que allí estallaron y sobre la tierra del patio hombres y mujeres celebraron con palos de ron y a mí la madre de Esterlina parturienta me dio mi desayuno, una totuma de guarapo de café y un pan de trigo salado. Había nacido mi primo Julio Ramón Goita, hijo de mi tío materno Julio César Figueredo.
Años después, en ese hospital y sus alrededores, dos acontecimientos cruzaron mi vida. En Venezuela, la confrontación política se tornó virulenta, violenta y mortal. Yo era un muchacho descalzo y sin camisa, al fondo del patio de bledos o pira, escobillas y guaritotos, que era el patio de Nina, salté una alambrada y caí en el fondo de la casa, recién inaugurada, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), novicio partido insurgente. Allí escuché discurseando, por primera vez, a Diego Antonio Arreaza Lander, conocido como “Palillo”, desde su juventud universitaria en Caracas, como militante político de AD y empedernido lector del diario El Nacional, bajo la conducción de nuestro novelista Miguel Otero Silva.
Antes, en aquel amanecer del 23 de enero de 1958, de la caída de la dictadura perezjimenista y de mi primera marcha política junto al pueblo y apostamiento frente a la policía municipal, lo había visto solicitar entrevistarse con su comandante para acordar la entrega negociada de sus agentes de policía. Más tarde, a Diego Antonio visitaría en la casa de su familia, en nuestra población, y en su hato “Uverito”, al cual se llegaba por la carretera de La Guacharaca, que atraviesa pueblos y caseríos de indios y mestizos como La Margarita del Llano y entronca con la carretera de Píritu y Puerto Píritu.
Diego era mi consejero político y cronista informal de la villa, en los bancos de la plaza Bolívar de Aragua de Barcelona, sus generales de nuestras guerras monagueras y sus poetas Arreazas y Calatravas, y de innumerables periódicos y panfletos. Y a su muerte, años después de mi residencia en Valencia para estudios universitarios y vida con mi familia, también tras la mudanza de compañeros de estudios hacia otras ciudades de Venezuela, me quedé sin tener con quién acompañarme y dialogar, propiamente, en mi pueblo de origen.
Hasta que pude reanudar estas conversaciones mitológicas y anticlericales décadas después, cuando me topé con el médico, historiador, comunicador social de acendrado amor lugareño, saltamontes de la Mesa de Guanipa y su geopolítica indígena y oriental Ascensión Fajardo. A quien debemos su ya desaparecido periódico impreso “El Difusor” (que producía y difundía él solito por las riberas, pueblos y caseríos de los ríos Aragua, Güere, Orocopiche y del Caris, con el rumor de una ventolera de incendio en la sabana que se llamaba Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, quien estaba apenas naciendo), una historia de Aragua de Barcelona (de caribes camorucales y de hatos de los Figuera, Monagas, Arreaza, Torrealba, Lander) y la fundación de la emisora local “Elevación Bolivariana”, trucaje de Ascensión por Elevación, y Bolivariana de la nueva época, en el mismo espacio que ocupase durante mi vida infantil y adolescente la radio “Eduardo Méndez”( epónimo de ilustre educador de los lares de Chaguaramal de Zaraza y de Aragua de Barcelona, donde afirmaba su nacimiento como soldado Braulio Fernández, el mismo de la autobiografía de ¡Alto esa patria hasta segunda orden!, que descubrió en La Gran papelería del mundo, en casa de una tía donde se escondía, el poeta Caupolicán Ovalles, para escapar de la persecución del Presidente Rómulo Betancourt, a quien había osado llamar hijo de puta y la madre de todas las putas). La puta, madre de todas las putas.
Juan Medina Figueredo.
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