DESAPARECIDO POLÍTICO DE LA IV REPÚBLICA

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sábado, 22 de noviembre de 2025

Del Baúl de los Recuerdos: Prólogo al escrito del "Viejo" Revolucionario JMF

#insurgenciadelsigloxxi

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¡Sin memoria no hay Victoria!

Del Baúl de los Recuerdos: Prólogo al escrito del "Viejo" Revolucionario JMF.

Antes de sumergirnos en la prosa de Juan, es importante entender el contexto desde el cual escribe. No se trata solo de un texto, sino de un fragmento de memoria viva. Juan Medina Figueredo es un "viejo" revolucionario de los años 60, 70, 80, 90, 2000 y +. De vez en cuando, escudriñando en el Baúl de los Recuerdos, suelta sus prosas y poesías que ayudan al recuerdo de los tiempos idos, pero no perdidos. Porque ellos van dejando resultados positivos y los no esperados también, que suman a la experiencia de aquel antiguo decir: que después de una caída se viene el levantamiento correspondiente, a superar cada fracaso y convertirlo inexorablemente en un triunfo. Sino colectivo, al menos en lo personal ya es bastante para continuar en el diario y duro batallar por la mejora continúa, desde cualquier perspectiva con que se otee el horizonte. Además, en la línea de tiempo se cumple, no con lo esperado, pero sí se confirma que la revolución no se ha perdido y que nuevos escenarios fortalecerán y superarán lo alcanzado hasta hoy.

Omar José Hernández Borges 

Con esta brújula moral y existencial, leamos sus palabras:

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Lunes 17/11/2025

OMAR HERNÁNDEZ O EL LICENCIADO VIDRIERA

Por Juan Medina Figueredo

Omar Hernández con su página digital es como el Licenciado Vidriera.

De este personaje, genial y extraño —más allá de la locura—, me habló por primera vez Luis José Bonilla, gran poeta y desdoblado pintor. Vivió sobre un colchón, tirado en una sala de la casita de su madre en el barrio Portugal, de Barcelona, a orillas del río Neverí. Leyó indefinida e infinitamente en el tiempo un solo libro: Tierra Baldía, de Thomas Stern Eliot. En noches de alcohol, bailaba como Zorba el Griego. Pintaba como escribía, sin distinguir una cosa de la otra, cerca de la prisión donde recluyeron a mi padre, Alí Rafael Medina.

Fue en tiempos de la Junta de Gobierno presidida por Blas Lamberti, que sustituyera farsescamente a la Junta militar presidida antes por el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, asesinado por conjurados borrachos bajo la visible dirección inmediata del caudillo Rafael Simón Urbina. Y la mano invisible detrás del telón, que todos los venezolanos adivinaron de inmediato: la del también teniente coronel Marcos Pérez Jiménez, de la misma junta o juntita.

Allí, en aquella cárcel, también estuvo (pero inmediatamente después del derrocamiento de la dictadura perezjimenista) Diego Antonio Arreaza Lander, exuniversitario izquierdista, adeco primero y disidente fundador del MIR después. Diego Antonio Arreaza Lander se apartó por el resto de su vida, con sus leyendas de caudillos, poetas y políticos, en su hato de Uverito, en alrededores de La Guacharaca y La Margarita del Llano.

Y no sigo hablando de Luis José Bonilla, poseído de la poesía y la pintura, recluido en el psiquiátrico de Bárbula, fugado de allí sin rumbo conocido, con retorno secreto años hace a la vieja casita de su madre, para morirse anónima y santamente. De lo cual no hablo más, porque una novela no cabe en un comentario de diario familiar.

Sólo quiero decir que Omar Hernández, quien habita cerca de una placita llamada, alrededor de la casa de la mamá de Luis Alberto Hernández (y ahora no sé qué decir), se ha convertido en la inteligencia artificial de un pueblo habitado de fantasmas a medianoche. Se empeña inútilmente en creerse la carpa de la Atenas de 500 años a.C., y no es más que el doble de Alonsito Arreaza, dueño del hato La Palmita.

Alonsito se desdoblaba en poeta, periodista, terrateniente munícipe, carcelero en sus dominios y pertinaz bailarín. Decidió morir bailando, y así lo hizo. Un día que amaneció con los tornillos flojos, envió a su capataz (después de la mamada de los becerros y el ordeño de sus vacas) a buscar a la muchacha más bella de su comarca, y se fajó a bailar con ella. Sin pausa ni descanso, día y noche, hasta morirse y caerse allí mismo, tirado sobre tierra pisada, bajo el cielo más oscuro que allí se conociera desde tiempos inmemoriales. De aquellos tiempos sólo se recuerda, en cuentos de camino, el extravío de su hermosa pareja, corriendo enloquecida por el monte, perseguida por una jauría que todavía se oye por esos lares en noches de relámpagos, truenos y lluvia incesante que todo lo embarriala durante días y noches infinitos.

Vamos al grano.

Omar Hernández, lo siento, es el cuento del moro. La leyenda y el mito de la inteligencia artificial en que él se ha convertido, como si fuera El licenciado Vidriera, caminando noche y día, sin comer y sin descanso, alrededor del cotoperiz donde descansó el padre Libertador Simón Bolívar, de la calle Juncal,  en la vía  a la placita cercana a donde nació el bravo Luis Alberto Hernández.

Luis Alberto, detenido allí cerquita de ese lugar, en Aragua de Barcelona, torturado y desaparecido siniestramente por el Gang de la muerte, en tiempo guerrillero del siglo XX. En el cual ese indio de pelo lacio no sabía manejar pistola ni fusil, pero sí los puños, la canción, el verbo y los nobles pensamientos e ideales.

Lo siento, es el cuento del moro.

Juan Medina Figueredo 

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Cosas veredes Sancho.

omarhdez78.blogspot.com

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