#insurgenciadelsigloxxi
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Instrucción en La Mulera: La Forja Civil de la Conciencia Defensiva
Por: Omar José Hernández Borges *
El año 2009, bajo el mandato del Comandante Hugo Chávez, se inscribió en mi memoria no como una simple fecha, sino como un punto de inflexión vital. Fue el año en que, junto a compañeros y compañeras de los más diversos rincones de Venezuela, vivimos en carne propia una experiencia singular: la instrucción militar para componentes no propiamente castrenses. Esta vivencia, lejos de ser un mero ejercicio, se convirtió en una lección colectiva de resistencia, unidad y comprensión profunda del deber patriótico.
Nuestro escenario fue “La Mulera” en Maracay, antigua hacienda del tirano Juan Vicente Gómez, ahora reconvertida en campo de adiestramiento. La ironía histórica no pasaba desapercibida: en los mismos suelos que presenciaron un poder opresor, ahora se entrenaban civiles para la defensa de la soberanía popular. Las jornadas comenzaban al alba con marchas de 3 km, un ritmo que sincronizaba nuestros pasos y disipaba las individualidades. Éramos funcionarios públicos, administrativos, técnicos del INCES (yo estaba en la que representaba con orgullo profesional la Regional Cojedes, aún cuando soy nativo del Estado Anzoátegui) transformándonos, día a día, en un colectivo más consciente y cohesionado.
Superamos obstáculos que ponían a prueba el temple: la caminata de 3 km diarios, las barreras que habían que saltar o superar a lo largo del camino, la conejera (tambores horizontalizados y sumergidos en trechos de la quebrada, los cuales se tenían que atravesar con el agua al cuello y el fusil en alto (situación no apta para claustrofóbicos), después de salir de los tambores en la profundidad de la quebrada habían alambradas de púas que exigían un arrastre o un rampado preciso bajo la amenaza real de desgarraduras, o activación de bombas lacrimógenos y explosivos, lanzamientos de bombas lacrimógenas por parte de grupos adversarios conformados por soldados del ejercito que buscaban nublar la visión y el ahogamiento por falta de respiración, pero eso no disminuía la determinación a cumplir con el objetivo, y además de saltos sobre barreras de madera que demandaban confianza ciega en el propio cuerpo. El secuestro de miembros de los grupos si se descuidaban en la zona montañosa y la simulación de fuera de combate si alguno era atrapado y por supuesto no llegaba al objetivo o meta trazada después de eludir todos los obstaculos.
Luego de vencer los obstáculos de "la cancha" la felicitación de los coroneles y demás cuerpo castrense encargado de las operaciones de entrenamiento por haber llegado al final del objetivo. Por último, estaba la simulación de salto de paracaídas para aquellas personas que quisieran cumplir con ese propósito, como una experiencia en el simulador de vuelo y el lanzamiento de los seleccionados al vacío, con el arnés para asegurar la caída.
No estuvo exento de riesgos; presencié el accidente de un valiente compañero del Inces Regional Apure, quien sufrió una fractura de clavícula al caer de uno de esos saltos. Su imagen siendo evacuado nos recordó, crudamente, que el camino de la preparación es serio y demanda el mayor de los cuidados. Ese compañero fue intervenido quirúrgicamente de emergencia en una Clínica de Maracay.
En lo particular o individual, en una caminata exigente y a paso firme, ya frisando los 59 años, tuve que hacer un alto y dirigirme a un punto de atención médica para medir la tensión porque sentí una incomodidad en la respiración, por ser paciente de esa condición de salud, al comprobar que simplemente era una fatiga, reanudé mi caminata para alcanzar al grupo irregular al cual estaba asignado.
Un momento de particular solemnidad fue la instrucción en el polígono de tiro. Allí los instrucores, tenientes y capitanes y el coronel encargado del entrenamiento nos enseñaron el desarme y armado del fusil Kalashnikov, un instrumento que para muchos era solo una imagen lejana, pero que en nuestras manos se convertía en un elemento tangible de la defensa nacional. El estruendo de los disparos al blanco no era solo ruido; era el sonido de un pueblo que se instruía, que asumía, en forma simbólica pero profunda, la responsabilidad de su autodefensa. La nota particular: de cada 10 disparos un promedio de cuatro aciertos en proximidades del blanco o centro de la figura... Lo más impresionante fue la toma de objetivos en lugares similares a barrios o cuartuchos en veredas, en donde la simulación de los disparos eran imprescindibles para aniquilar al enemigo.
Esta inmersión de varios días culminó con un acuartelamiento de un mes en Fuerte Tiuna, preparándonos para el desfile del 5 de Julio. Esa convivencia prolongada forjó hermandades y nos hizo valorar, como nunca antes, el sacrificio diario y la disciplina férrea de los integrantes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB).
Mirando en retrospectiva, aquella experiencia no fue un capricho ni un adoctrinamiento. Fue una respuesta necesaria, un acto de previsión colectiva. En un contexto donde los intentos de desestabilización y golpes de Estado, orquestados desde Washington y ejecutados por sus aliados locales, eran una amenaza latente, instruir a las instituciones del Estado en la defensa integral se volvió un imperativo. Era, y sigue siendo, la materialización del concepto de “pueblo en armas”, de la nación que no delega ciegamente su seguridad, sino que se capacita para ser corresponsable de ella.
Hoy, veo con claridad cómo esa semilla germinó. El entrenamiento se ha multiplicado en las comunas, en los cuerpos de combatientes, en la Milicia Bolivariana y en la juventud patriótica. La amenaza no ha cedido; por el contrario, se ha recrudecido con medidas coercitivas unilaterales que recuerdan al bloqueo naval de la época de Cipriano Castro, en 1903, a inicios del siglo XX.
Por eso, aquella vivencia en La Mulera y Fuerte Tiuna cobra mayor sentido. No fue un episodio aislado, sino el primer capítulo de una resistencia que se ha vuelve más organizada, más consciente y más arraigada en el pueblo.
Como bien reza el refrán que asimilamos y adaptamos a la sabiduría popular y quijotesca: “Cosas veredes, Sancho…”. Y sin duda, hemos visto y seguiremos viendo cómo un pueblo instruido, unido y consciente de su poder, es la trinchera inderribable de la patria.
Una anécdota que nos quedó de esa experiencia en el Cuartel Páez de Maracay, fue que un compañero tenía un radio de pila y se escuchaba una propaganda de un espectáculo musical a presentar en el Pasaje del Boulevar "Pérez Almarza": Hoy se presenta el coplero Francisco Montoya, El Tigre de Payara", el cantante de "Sentimiento apureño"... a los 60 años de vida artistica:
Eran las 9:00 pm y nos escapamos del cuartel, apenas estaban llegando personas a esa actividad. Solicitamos al Mesonero que nos trajera una pizza grande y cuatro cervezas: Lic. Palmenis Carmona, Lic. Juan Francisco Hernández Carreño, TSU. Obdulio Páez y quien suscribe, procedimos a comer lo solicitado. Así continuamos parte de la noche, pedimos dos pollos como a un cuarto para las 3:00 am y apenas estaba llegando Montoya con su conjunto musical. Nos mantuvimos hasta las 4:00 am en ese local y regresamos al cuartel.
Le llevamos parte de un pollo y una caja de cigarrillos al centinela y le dijimos que veníamos de la Clínica donde estaba hospitalizado el compañero de Apure. El guardia intuía que no decíamos completamente la verdad por el olor de la cerveza y del ron, por lo que no nos dejó entrar solos a la barraca que ocupabamos sino que asignó a un soldado para que nos acompañará a nuestro dormitorio y así evitarse problemas con sus superiores.
A las 5:00 am sonó la diana, cada quien se fue a bañar y a las 6:00 am nos llevaron a caminar los 3:00 Km. obligatorios del día, con la incomodidad de casi haber amanecido en el local de presentación de artistas de la canta criolla.
A las 4:00 pm se terminó la jornada de entrenamiento de los funcionarios INCES y entre los primeros regresamos a las regiones del pais, por nuestra parte a Tinaquillo y San Carlos, por estar cerca de Maracay.
*MSc.
Cosas veredes Sancho.
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