RICARDO
PALMA (1833 – 1919), DE NACIONALIDAD PERUANA,
“BOLÍVAR
EN LAS TRADICIONES PERUANAS”
PALMA ESCRIBIÓ SUS RELATOS SOBRE LA CULTURA ANDINA, DE AMÉRICA; Y NO ESCAPAN A SU PLUMA LOS PASAJES RELACIONADOS CON EL PADRE LIBERTADOR, EN LOS CUALES SE MUESTRAN SUS VIVENCIAS, DEL HOMBRE TERRENAL QUE LO FUE, DESPOJADO DE MISTICISMOS, EN TIERRAS PERUANAS:
Me
pareció muy interesante este pasaje o relato de Palma en relación a lo grande
que fue nuestro líder de la Independencia de Venezuela, lo reproduzco
textualmente como una forma de difundir el ejemplarizante camino a seguir el hombre
nuevo, nuestro funcionariado, en las instituciones de la República Bolivariana
de Venezuela.
BOLÍVAR Y EL CRONISTA CALANCHA
A Aurelio García y García
I
Después
de la batalla de Ayacucho había en el Perú gente que no daba el brazo a torcer;
y que todavía abrigaba la esperanza de que el Rey Fernando VII mandase a la
metrópoli un ejército para someter a la obediencia a sus rebeldes vasallos. La
obstinación de Rodil en el Callao y la resistencia de Quintanilla en Chiloé,
daban vigor a esta loca creencia del círculo godo; y aún desaparecidos de la escena estos empecinados jefes, hubo en
Bolivia, a fines de 1828, un cura, Salvatierra, y un don Francisco Javier de
Aguilera que alzaron la bandera por su majestad. Verdad es que dejaron los
dientes en la tajada.
Lo
positivo es que entre republicanos nuevos y monarquistas añejos había una de no
entenderse, y cada cual tiraba de la manta a riesgo de hacerla jirones. No sin
razón decía un propietario de aquellos tiempos: “La madre patria me ha quitado
dinero, alhajas, y el padre rey* ganados y granos. No me queda más que el
pellejo; ¿quién lo quiere?”.
·
* Padre
rey: referencia humorística a San Martín, en oposición a España como madre
patria.
Existe
en el campo de batalla de Ayacucho una choza o casuca habitada por Sucre el día
de la acción. Pocas horas después de alcanzada la victoria, uno de los ayudantes
del general puso en la pared esta inscripción:
9 de
diciembre de 1824
Postrer
día del despotismo
Una semana más tarde se alojaba en la misma
choza la marquesina de Mozobamba del Pozo, peruana muy goda, y añadía estás
palabras:
Y
primero de lo mismo
En el Cuzco, último baluarte del virrey La
Serna, había un partido compacto, aunque diminuto, por la causa de España.
Componíanlo veinte o treinta familias de sangre azul como el añil, que no
podían conformarse con que la República hubiera venido a hacer tabla rasa de pergamino y privilegios. Y tan cierto es que la política colonial supo poner
raya divisoria entre conquistadores y conquistados, que para probarlo me
bastará citar el bando que en 17 de julio de 1706 hizo promulgar la Real
Audiencia disponiendo que ningún indio, mestizo, ni hombre alguno que no fuera
español, pudiese traficar, tener tienda, ni vender géneros por las calles, por
no ser decente que se ladeasen con los peninsulares que tenían ese ejercicio,
debiendo los primeros en ocuparse solo de los oficios mecánicos.
Mientras los patriotas usaban capas de
colores oscuros, los recalcitrantes realistas adoptaron capas de paño grana; y
sus mujeres, dejando para las insurgentes el uso de perlas y brillantes, se
dieron a lucir zarcillos o aretes de oro.
Con tal motivo cantaban los patriotas en los
bailes populares esta rondilla:
¡Tanta capa colorada
y tanto zarcillo de oro! …
Si fuera la vaca honrada
Cuernos no tuviera el toro.
A la sazón dirigióse al Cuzco el Libertador
Bolívar, donde el 26 de junio de 1825 fue recibido con gran pompa. Por entre
arcos triunfales y pisando alfombras de flores. Veintinueve días permaneció don
Simón en la ciudad de los Incas, veintinueve días de bailes, banquetes y
fiestas. Para conmemorar la visita de tan ilustre huésped se acuñaron medallas
de oro, plata y cobre con el busto del Padre y Libertador de esta tierra
peruana, tan asendereada después.
Bolívar estaba entonces en la plenitud de su
gloria, y de aquí el retrato que de él nos ha legado un concienzudo
historiador, y que yo tengo la llaneza de copiar:
“Era el Libertador delgado y de algo menos
que regular estatura. Vestía bien, y su aire era franco y militar. Era muy
fuerte y atrevido jinete. Aunque sus maneras eran buenas y sin afectación, a
primera vista no predisponía mucho a su favor. Sus ojos, negros y penetrante;
pero al hablar no miraba de frente. Nariz bien formada, frente alta y ancha y
barba afilada. La expresión de su semblante, cautelosa, triste y algunas veces
de fiereza. Su carácter, viciado por adulación, arrogante, caprichoso y con
ligera propensión al insulto. Muy apasionado del bello sexo; pero extremadamente
celoso. Tenía gran afición a valsear, y era muy ligero; pero bailaba sin
gracia. No fumaba ni permitía fumar en su presencia. Nunca se presentaba en
público sin gran comitiva y aparato, y era celoso de las formas de etiqueta. Su
actividad era maravillosa, y en su casa vivía siempre leyendo, dictando o
hablando. Su lectura favorita era de libros franceses, y de allí vienen los
galicismos de su estilo. Hablando bien y fácilmente, le gustaba mucho
pronunciar discursos y brindis. Daba grandes convites; pero era muy parco en
beber y comer. Muy desinteresado del dinero, era insaciablemente ávido de
gloria”.
El Mariscal Miller, que trató con intimidad a
Bolívar, y Lorente y Vicuña Mackenna, que no alcanzaron a conocerlo, dicen que
la voz del libertador era gruesa y áspera. Podría citar el testimonio de muchísimos
próceres de la Independencia que aún viven, y que tenía inflexiones que a veces
la asemejaban a un chillido, sobre todo cuando estaba irritado.
El viajero Laffond dice: “Los signos más
característicos de Bolívar eran su orgullo muy marcado, lo que presentaba un
gran contraste con no mirar de frente sino a los muy inferiores. El tono que
empleaba con sus generales era extremadamente altanero, sin embargo que sus
maneras eran distinguidas y revelaban haber recibido muy buena educación.
Aunque su lenguaje fuese algunas veces grosero, esa grosería era afectada, pues
la empleaba para darse un aire militar”.
Casi igual retrato hace el general don Jerónimo
Espejo, quien en un interesantísimo libro, publicado en Buenos Aires en 1873,
sobre la entrevista de Guayaquil, refiere para dar idea de la vanidad de
Bolívar, que en uno de los banquetes que se efectuaron entonces dijo el futuro
Libertador: “Brindo, señores, por los dos hombres más grandes de la América del
Sur: el general San Martín y Yo”.
Francamente, nos parece sospechoso el
brindis, y perdone el venerable general Espejo que lo sujetemos a cuarentena.
Bolívar pudo ser todo, menos tonto de capirote.
Otro Escritor, pintando la arrogancia de
Bolívar y su propensión a humillar a los que lo rodeaban, dice que una noche
entró el Libertador, acompañado de Monteagudo, en un salón de baile, y que, al
quitarse el sombrero, lo paso para que éste se lo recibiera. El altivo
Monteagudo se hizo el remolón, y volviendo la cara hacia el grupo acompañante,
grito: “Un criado que reciba el sombrero de su excelencia”.
En cuanto al retrato que de bolívar hace
Pruvonena*, lo juzgamos desautorizado y fruto del capricho y de la enemistad
política y personal.
·
*Pruvonena:
anagrama (Un peruano) del mariscal José de la Riva Agüero.
II
Pasadas
las primera y más estrepitosas fiestas, quiso Bolívar examinar si los cuzqueños
estaban contentos con sus autoridades; y a cuantos lo visitaban, pedía informes
sobre el carácter, conducta e ideas políticas de los hombre que desempeñaban
algún cargo importante.
Como era natural, recibía informes contradictorios. Para
unos tal empleado era patriota, honrado e inteligente; y el mismo, para otros,
era godo, pícaro y bruto.
Sin embargo, hubo un animal presupuestívoro (léase
empleado) de quien Nemine discrepante
todos, grandes y chicos, se hacían lenguas para recomendarlo al Libertador.
Maravillado Bolívar de encontrar tal uniformidad de
opiniones, llegó a menear la cabeza, murmurando entre dientes:
—¡La pim…pinela! No puede ser.
Y
luego, alzando la voz, preguntaba:
—¿Juega?
—Ni a las tabas ni a la brisca, excelentísimo
señor.
—¿Bebe?
—Agua pura, excelentísimo señor.
—¿Enamora?
—Es marido ejemplar, excelentísimo señor.
—¿Roba?
—Ni el tiempo, excelentísimo señor.
—¿Blasfema?
—Cristiano viejo es, señor excelentísimo,
y cumple por cuaresma con el precepto.
—¿Usa capa colorada?
—Más azul que el cielo, excelentísimo señor.
—¿Es rico?
—Heredó unos terrenos y una casa y,
ayudado con el sueldecito, pasa la vida a tragos, excelentísimo señor.
Aburrido, Bolívar ponía fin
a su interrogatorio lanzando su favorita y ya histórica interjección.
Cuando se despedía el
visitante, dirigíase el general a su secretario don Felipe Santiago Estenós:
—¿Qué
dice usted de esto, doctorcito?
—Señor,
que no puede ser —contestaba
el hábil secretario—. Un hombre de quien nadie
habla mal es más santo que los que hay en los altares.
—¡No
—insistía don Simón—, pues yo no descanso hasta tropezar con
alguien que ponga a ese hombre como nuevo!
Y su excelencia llamaba a
otro vecino, y vuelta al dialogo y a oír las mismas respuestas, y torna a
despedir al informante y a proferir la interjección consabida.
Así llegó el 25 de julio, víspera
del día señalado por Bolívar para continuar su viaje triunfal hasta Potosí, y
las autoridades y empleados andaban temerosas de una poda o reforma que diese
por resultado traslaciones y cesantías.
A media noche salió el
Libertador de un cuarto, con un abultado libro forrado en pergamino, y gritando
como un loco:
—¡Estenós!
¡Estenós! Ya saltó la liebre.
—¿Qué
liebre, mi general? —preguntó,
alelado, el buen don Felipe Santiago,
—Lea
usted lo que dice aquí este fraile, al que declaro desde hoy más sabio que
Salomón y los siete de la Grecia, ¡Boliviano había de ser! —añadió con cierta burlona fatuidad.
Estenós tomó el libro. Era
la Crónica Agustina, escrita en la
primera mitad del siglo XVII por
fray Antonio de la Calancha, natural de Chuquisaca.
El secretario leyó en el
infolio: No es más feliz el que no tiene amigos, sino el que no tiene enemigos;
porque eso prueba que no tiene honra que le murmuren, valor que le teman,
riqueza que le codicien, bienes que le esperen, ni nada bueno que le envidien.
Y de una plumada quedó
nuestro hombre destituido de su empleo, pues don Simón formuló el siguiente
raciocinio:
—O
ese individuo es un intrigante contemporizador, que está bien con el diablo y
con la corte celestial, o un memo a quien todos manejan a su antojo. En
cualquiera de los dos casos, no sirve para el servicio, como dice la ordenanza.
En cuanto a los demás
empleados, desde el prefecto al portero, no hizo el Libertador alteración
alguna.
¿Tuvo razón Bolívar?
Tengo
para mí que el agustino Calancha… no era fraile de manga ancha.
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